Estrés y ansiedad: las enfermedades de esta generación

A la Generación Z, aquellos jóvenes nacidos entre 1995 y 2010, les tocó crecer en el contexto de la pandemia por coronavirus, y en una década signada por toda clase de crisis, desde las económicas hasta las ambientales. A diferencia de otras generaciones, esto se ha traducido en una falta de esperanzas en el futuro de la sociedad, y en expectativas lánguidas respecto al mundo laboral, con oportunidades cada vez más escasas e inaccesibles, y con una dificultad cada vez mayor para proyectarse a largo plazo.

Estos desafíos, sin lugar a duda, han afectado a su bienestar emocional y mental. Numerosas investigaciones señalan que estos jóvenes padecen más estrés, ansiedad y depresión que las cohortes anteriores. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha proyectado a la depresión como la principal discapacidad para el año 2030, y, actualmente, ubica al suicidio como la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años. Asimismo, un estudio conducido en Estados Unidos nos revela que el 62% de la Generación Z y Millennial han expresado haber estado estresados en los últimos 30 días, comparado con un 35% de la Generación Boomer que ha expresado lo mismo.

Además, a pesar de haber crecido en un entorno en donde ha habido una fuerte normalización a la hora de hablar de los problemas de salud mental, la Generación Z no está recibiendo suficiente ayuda, sumado al problema de una interpretación quizás banal y superficial en la sociedad e incluso entre los profesionales de la salud, sobre estas cuestiones.

Por un lado, una encuesta en España nos revela que alrededor de un tercio de los jóvenes entre 15 y 29 han sufrido síntomas de trastornos mentales en el último año, pero sólo un 4,6% de las personas entre 15 y 34 han acudido a un psicólogo. Otra encuesta, en Estados Unidos, afirma que un 43% de los miembros de la Generación Z encuestados han revelado su intención de ver a un psicólogo, frente al 17% que efectivamente lo ha hecho. No es de sorprender que esto sea así cuando los miembros de esta generación reportan que una de las causas principales de su estrés es la falta de dinero. Es posible que sus menores chances de tener un pasar económico estable y conseguir un empleo, haga que la posibilidad de una terapia pueda hacerse inaccesible. Sin embargo, y contrario a lo que se cree, esta generación, al igual que sus predecesoras, sigue preocupada por el estigma de necesitar ayuda terapéutica, y creen que ésta no es para ellos.

Por último, es posible que algunas cuestiones se estén banalizando y que aquellos que logran tener una consulta psicológica no estén encontrando un alivio real a sus problemas. El discurso alrededor de éstos como una mera cuestión biologicista, de la infelicidad como una mera falta de serotonina, o la idea errónea de la terapia como la única solución viable a problemas que muchas veces son de naturaleza estructural de la sociedad, hace que estas cuestiones se aborden desde lo superficial y que los cambios profundos sigan sin hacerse.

 

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